viernes, 23 de julio de 2010

El secreto


Como la nieve,
que copo a copo va dejando blancas
las calles, las arboledas y las pestañas
de los ojos, que te observan
desde el anochecer avergonzado
de ver, tras el verde de tus pupilas,
el paracaídas abierto de un salto
al vacío tras tus latidos.

Se ha calado la madera
de la empalizada en que me protejo,
y la deshace, y la desgasta
y el río se la lleva, y la arrastra
y la expulsa al mar con mi vida,
donde el sol la diseca y evapora
y desaparece frente a ti,
frente a tus palabras,
y soy carne viva pendiente
de la cura que tus manos
impongan a mi alma.

Y soy clamoroso peticionario
de un respiro de esta guerra,
en que morteros y cañones
resuelvan la contienda
y dejen de mis huesos nada
y de mi aire, palabras
en que digo de este enloquecedor secreto
tan sólo lo que las noches
confiesan al alba.


El lago de mis cuadros


Se asusta el Sol y se esconde
tras los páramos que, desde mi ventana,
se ven en el horizonte.

Llega el terror,
que es la noche.

Entre nubes densas de humo
respiran mis pulmones maltratados.
Yo acerco otra calada
por si el cáncer se apodera de este humano.

Fijo la mirada en las luces de los coches
que serpentean los caminos.
Unos alegres, otros dolidos,
pero todos cansados de este circo.
De ser funambulistas sobre un hilo de seda.
De sobrevolar las alturas
sin paracaídas ni cuerda.

El frío de este invierno
ya ha pasado a mejor vida.
Pero yo lo llevo dentro
y me congela cada día.
Paraliza este cuerpo demacrado.
Y no por las lesiones,
sino por pensar tus ojos demasiado.

Arde mi aliento en cada bocanada de aire.
Me parece escupir fuego
cuando recuerdo tus manos al tocarme.
Ardiendo mis latidos,
liberados los aromas.
Temblando como un niño por su madre al alejarse.

Las montañas de mis cuadros
están cubiertas de nieve.
Al pie de sus laderas
sendos ríos convergen.

Quién me diera un pincel
y habilidad en mis torpes manos,
para pintarnos una casita
y a nosotros en el lago.

Quién me diera madera y cuerdas
para construirnos una barca.
Para hacer yo mismo la vela
con mi piel si hiciera falta.

Y que los días en que el Sol se sienta humano
y las nubes, de salir, estén cansadas,
corra el viento tras tu pelo
y nos empuje en el viaje.
Nos transporte hasta otra orilla
con nuestro pincel guardado.
Y allí con tu belleza
nos hagas una nueva casa con el arte de tus manos.

No quiero una mansión,
no quiero que me des la luna entre tus brazos;
sólo necesito un pequeño cuarto donde vivir siempre a tu lado.

Y que la vida en aquel cuadro
no pare nunca ni acabe.
Porque para mí no hay mejor vida
que la que prometieron tus labios
al besarme.


Mundano atardecer


Acaudalado atardecer
recogiendo los gastados anhelos
de una ciudad que clama,
a menudo,
por el deslumbrante amanecer
del tranquilo adinerado
y su calma.

Ciudad que hunde la atrofia
de su sonrisa y su tristeza,
que no entiende de la vida,
y se ahoga en la pereza
de los parados rostros
que mantienen respirando
a este gigante que no sueña.

Luces agolpadas, marcando caminos
que no alumbran tus ojos
y se ríen de las horas
en que apagan mis latidos.

Gente constante;
gente que ríe;
gente que sueña;
gente que arde
bajo el yugo de ese fuego,
incesante,
que calcina las pupilas
y marchita, imparable,
todo el color verde
del que tus recuerdos hablen.

Absorbe del rocío,
tal vez,
algo del agua
que mitiga la sed nacida
instaurada cual sentencia,
y muestra su ácida rabia
en las noches solitarias
donde el papel, siempre atento,
recoge de las manos
el encarcelado pensamiento.


miércoles, 21 de julio de 2010

Noctámbulo


Dónde se clavaron las astillas
arrancadas de mi pecho.

Abrasada la madera
por el calor que desprenden las aceras
que caminan bajo mis pies.

Ya que absorto en tu ausencia
escribo mis versos
enraizando la brisa que levanta mis párpados
bajo el suelo que piso y que detesto.

Veloz, el metálico susurro
de las noches en que la ciudad
se deshace en ceniza,
rodea arrollador la rabia
que descansa bajo mi cama.

Y las escaleras que descienden
a los últimos escombros de tu presencia,
se desvanecen bajo mi atenta mirada,
(impasible, aterrada, marchitada...)
como una inesperada niebla,
de un sabor amargo, perpetuada.

Y alterado como el reo encarcelado injustamente,
busco la salida que te acerque,
en la botella del náufrago,
mi vital necesidad hasta las huellas de tus pies.
Y las marques en mi cuerpo
ocultando las heridas del ardiente látigo,
que ha hecho de mi espalda
un campo labrado de recuerdos
y nostalgias.


Como decíamos ayer...

Y ojalá en aquella noche,
donde la cálida brisa me alcance,
se deshaga en tinieblas la triste espera
en que mis latidos se abalanzan en derroche
por sentir tus ojos en mis letras,
tus caricias en mis palabras
y tu mano temblorosa en tus mejillas
donde secas las lágrimas de tu cara.